Gonzalo Cañas nos deja a todos un legado fundamental. Este recuerdo de algunas de sus cosas, de sus obsesiones, de sus aventuras locas, de sus trabajos profesionales y artísticos (solo de algunos porque su vida fue un torrente), creo que bastan para formar una idea clara de su peso en el panorama del teatro español. Del de títeres y de los otros. Fue abriendo caminos por todos los lados. Facilitando lo que vendría luego y también peleando por sí mismo y su obra.
Puede que no lograra hacer una obra redonda pero en cualquier caso hizo un conjunto con mil facetas nuevas. Gonzalo colaboró en muchas publicaciones de las que no hemos dado cuenta, sugirió incluso el nombre de esta publicación Fantoche, participó en Congresos, Asambleas o simples reuniones aportando siempre su parecer, abrió su casa de la calle San Roque de Madrid a muchos amigos. No fue una persona fácil y a veces se lo comía la vehemencia, el hastío o la melancolía. Pero bastaba nombrarle algunas cosas para iluminar aquellos ojos que tanto enamoraron. Quiso, pues, y fue querido. También fue solitario, quizá porque no le gustaba juntarse con los depredadores o con la estupidez.
Ha donado su joya, el Teatro de Autómatas, al Ayuntamiento de Madrid pero siempre que este le proporcione un acomodo digno y útil. Ha dejado en manos de su sobrina, Gabriela Cañas, la última decisión y nombró una comisión para asesorar esas largas gestiones. El Ayuntamiento de Madrid debe decidir si acepta o no la donación. Tal como Gonzalo quería: que ese Teatro de Autómatas, único en el mundo, no se convierta en un museo muerto sino que siga siendo una carpa de feria, un instrumento de ilusión, un lugar mágico donde niños y adultos sonrían y señalen con su dedo emocionado el mecánico gesto de esos actores de madera.