Sería sobre 1977 cuando Francisco Porras le puso en la pista de una curiosa atracción de feria que se movía por las fiestas mayores de los pueblos. Así que cuando Cañas vio en un pueblo de Almería aquel pabellón de autómatas que se hacía llamar Hollywood, el mismo día se ofreció a comprarlo al feriante que lo explotaba. Se trataba de Antonio Simó, natural de Águilas (Murcia), y se negó en redondo a vender aquella barraca que le daba de comer. Durante 14 años Gonzalo esperó pacientemente, felicitaba por Navidades al señor Simó como forma de recordarle que seguía interesado en aquel juguete. Hasta que en 1992, Antonio Simó le ofrece la atracción. Según Cañas, estaba en un estado lamentable. La maquinaria tenía los ejes desgastados, los tirantes de cuero estaban todos reparados con alambres y cuerdas, la instalación eléctrica era de cordoncillo,… Gonzalo le pide a Simó que se traslade a Madrid y le enseñe como se monta y desmonta: “después te lo pago y ya te puedes ir, ¿vale?”
Durante varios meses Cañas y algunos buenos amigos se encierran a restaurarlo hasta donde sabían. “Cuando yo me crucé con este juguete estaba en una época, profesionalmente hablando, un poco baja, a pesar de llevar muchos años en esta profesión como actor, director o productor de espectáculos teatrales, así que me pareció una solución estupenda” . Reparan cuidadosamente la maquinaria, limpian las tallas de madera, rehacen la ropa y las pelucas. Gonzalo, una vez más, se entusiasma con ese “juguete” y lo pone en función en las navidades de ese mismo año en la Plaza Dalí, casualidades de la vida, de Madrid. El éxito de público es tremendo, cerca de 25.000 personas, en 23 días recupera el dinero que ha gastado en la compra y restauración. Hastiado del mundo del espectáculo se las promete muy felices con su Teatro de Autómatas.
Gonzalo Cañas fue reuniendo datos de la historia de este Teatro de Autómatas. Aunque al principio, y a veces después, lo publicitó como una atracción de finales del XIX o principios del XX, al final logra fecharlo sobre 1947. Localiza a su constructor, Antonio Plá, natural de Alacuás (Alicante). Este le cuenta como con 19 años vio en la feria alicantina el Pabellón Artístico de la familia Valle, una atracción de autómatas, y se propuso construir algo parecido. Con una intuición genial y con una exquisita habilidad tardaría unos dos años de intenso trabajo para realizar todo: figuras, atrezzo y engranajes. En un principio llevaban los escenarios en tren, cada uno en un cajón y se montaban en la carpa sobre unos caballetes.
Sobre 1960 el joven feriante pretende casarse pero su padre, o quizá el padre de su novia, le exigen para ello que deje el inseguro oficio de feriante. Así que lo vende a Bernardino Simó, apodado el Maera, feriante y padre del feriante que luego lo vende a Gonzalo.
El padre Simó lo llevó durante unos 6-7 años hasta que, probablemente debido a las averías, lo guarda en un granero, siendo su hijo Antonio el que lo vuelve a poner en función sobre 1977-78. Lo monta ya sobre un camión Avia 5000, igual modelo que el que luego tiene que adquirir Gonzalo para trasladarlo y montarlo, pues todo estaba medido para que encajara allí dentro. Al echar la carpa por encima el Camión queda oculto en su interior, algo que los que lo visitan no pueden ni sospechar.
La maquinaria consiste en un engranaje central del que parten ramales a todos los demás elementos. En sus principios la fuerza motriz era manual, ligada al pedaleo de una bicicleta. Luego se colocó un motor eléctrico.
Todos los personajes (37 en total) son magníficos, desde los más naturalistas hasta los que guardan ciertos aires grotescos (de muy similar aspecto al de los que aparecen en las fallas levantinas) y hace muy difícil el imaginar que el joven Plá pudiera con todo.
Es extraño que alguien pueda reunir las condiciones de excelente artista de talla y de singular ingenio mecánico.
De hecho, el gran ventrílocuo Francisco Sanz, tenía a Lorenzo Mataix en funciones predominantemente mecánicas y a Francisco Boví en las funciones de escultor de sus sensacionales muñecos.
Pero a falta de más información esto es lo que nos ha llegado.
El Teatro de Autómatas consta de diez dioramas o cajas de escenarios interiores de unos 80 x 60 cm, protegidos por un cristal que representan escenas costumbristas y artísticas situadas cronológicamente entre los años 30 y 40, y el escenario exterior con grandes figuras que atraen al público ambulante y que recuerda a Carmen Miranda rodeada de cuatro negros bailones.
Entre las escenas artísticas del interior podemos señalar las tituladas Sevilla y olé (con la cantaora “gangosa” y el tocaor del tupé), Merlín, el encantador (donde el Encantador convierte a una señora muy fea en una enigmática y lujuriosa odalisca), Kali musical (la diosa azul de seis brazos, dueña de la vida y de la muerte), El Molino Rojo (compuesta por Plá ya en 1953, con cinco excepcionales chicas de conjunto y una exuberante vedette, donde se pueden ver a Marilyn Monroe, Raquel Daina, Zsa Zsá Gabor o Jane Russell) y Circo Price ( con una risueña mona y una oronda amaestradora dándole al hula-hop).
Las cinco escenas costumbristas critican ciertas actitudes sociales, la mayoría de ellas dirigidas contra el nuevo papel social al que accedía la mujer: Dulce hogar (donde las señoras fuman y parlotean en el salón mientras el hombre cocina e intenta calmar los lloros de su hijo), La romántica (que sueña con una novela de amor mientras sus hijos berrean), Peluquería moderna (donde el peluquero se asoma al generoso escote de la señora mientras el negrito que le limpia los zapatos pone empeño en saber que hay más allá de las ligas), Nuevos ricos (una escena muy escatológica donde se critica a los nuevos ricos que se montaban la habitación del baño pero no sabían cómo utilizarlo) y La solterona (una señora histérica que pelea con un ratón que hay bajo su cama).
Se desprende de esta descripción que la atracción de esta barraca de feria no está dirigida a los niños pero Gonzalo se hacía cruces del gran éxito que tenía entre la población infantil. En 2001 se hizo una profunda restauración en la que intervino el poeta y pintor del Bierzo, Juan Carlos Mestre, también autor, junto a Cañas, de las cuartetas que sobre cada diorama, pretenden explicarlo: “Esta es la modernidad / que anda en boca de las gentes / ellas hablan de igualdad / y el hombre de detergentes”. También sobre los dioramas se pintaron una serie de cuadros sobre algunas de las ciudades españolas más visitadas por los Autómatas, de los que fue autor Luis Pita.
Desde muy poco después de la compra del Teatro se hizo cargo de él, como conductor (ese viejo camión, que sólo sabe conducir él ha recorrido todas las carreteras españolas y buena parte de las europeas a una velocidad punta de 60 km/hora), taquillero, animador y técnico de mantenimiento, José Luis Luna, un titiritero criado profesionalmente al lado de Francisco Porras.
Gonzalo Cañas y Pepe Luna
Pepe Luna, director de la compañía de títeres del mismo nombre, guarda en su memoria buena parte de la memoria de estos dos grandes del títere español. La gestión del teatro la llevó Paz González. Samuel Flores cultivó buena parte de la publicidad y de la página web del Teatro de Autómatas de Gonzalo Cañas.
Imposible mencionar la gran cantidad de ciudades que han disfrutado de la presencia del Teatro de Autómatas. Navidades madrileñas, primaveras en el Titirimundi segoviano bajo los arcos del acueducto romano, otoños en las zaragozanas Fiestas del Pilar han sido algunos de sus destinos más habituales. Sevilla en la EXPO de 1992, Teatralia en Madrid en abril de 1997, Donostia, Málaga, Valencia en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, Granada, Gijón, Almagro… Aunque Gonzalo recordaba con orgullo algunos viajes europeos (Francia, Portugal, Polonia) y su larga estancia en Barcelona durante el año 2004, primero en el FORUM y luego en el Parque del Tibidabo.
El mundo de la Feria atrajo poderosamente a Gonzalo a partir de la compra del Teatro. Lo que le hizo organizar varios encuentros en poblaciones de alrededor de Madrid como Estival en Móstoles (1997) y Titeremanía en Getafe (1998).